Foto por Erol Ahmed.
Te voy a contar la historia de Verónica (nombre inventado, persona real), una doctoranda que cuando llegó a trabajar conmigo llevaba 8 años desarrollando su tesis. Cuando digo “desarrollando su tesis”, me refiero a que llevaba trabajado a consciencia todo este tiempo, sobre todo leyendo textos teóricos, leyendo para el estado del arte, leyendo las entrevistas que había hecho. Tenía muchísimo material.
Cuando conversamos por primera vez tenía esta sensación de estar enredada y no saber por dónde comenzar a tirar del hilo, por dónde comenzar a redactar, o cómo aprovechar toda esa información.
Después de unas semanas de trabajo juntas, ya había comenzado a redactar diferentes piezas clave de su trabajo, tenía una estructura para su tesis, y estaba lista para escribir su primer capítulo.
Su trabajo es muy original, y pocos ejemplos había de lo que ella quería hacer.
Y a partir de ahí Verónica desarrolló un borrador inicial, que compartió conmigo en noviembre. Era un trabajo muy bueno, claro, articulado, original, un trabajo de gran calidad, y así se lo transmití.
Ella estaba aliviada, feliz y con ganas de continuar. A la semana siguiente, ante un ataque de duda, decidió cambiar totalmente la estructura de su texto y el hilo conductor, y decidió incluir más secciones para, según ella, completar las ideas, y volver a redactar partes que antes estaban más claras que el agua.
Cuando me lo volvió a mostrar, era otro texto, completamente diferente al que había leído, y más que eso, estas nuevas secciones volvían el texto algo más complejo de lo que era necesario, e impedían seguir las ideas en la lectura.
Desde su punto de vista, al haber por fin entendido algunos comentarios que le había hecho su director de tesis (mi trabajo como mentora académica es complementario al de supervisor+s de tesis), creyó por fin ver el índice definitivo para su capítulo. Y quiso rehacerlo todo de nuevo. Ahora estaba frustrada porque estaba otra vez en un lugar de confusión, y queriendo escribir haciéndolo perfecto según los criterios de su director de tesis.
En conversación con ella, la solución que encontramos para legitimar sus preocupaciones, pero también sus decisiones como investigadora, fue que ella pudiera dirigirse a las objeciones de su director, de forma directa en el texto, pero no necesariamente adaptando toda la propuesta a satisfacer lo que ella imaginaba se esperaba de ella.
Al final, logró volver a una versión anterior, incluyendo una nueva parte inicial de revisión de antecedentes en la literatura, e incorporando unas frases que iban dirigidas a posibles objeciones a su texto.
Y una vez llegadas a esta decisión, quedaba lo más importante: alimentar la confianza en las decisiones tomadas por buenos motivos, en un punto del proceso, y aceptar la realidad de que a pesar de que existen mil y una formas de solucionar un texto, debemos elegir una y tirar para adelante.
Una vez llegó hasta el final de este primer borrador de capítulo, hizo una entrega a su director de tesis, que la felicitó y le comunicó que por primera vez entendía lo que había estado queriendo decirle desde que iniciaron su relación de supervisión. Verónica hizo una propuesta valiente, y encontró la clave.
Aquí hay varias cuestiones, pero la que sobresale es la idea de que a pesar de haber hecho un trabajo muy bueno, por miedo a defraudar se resbaló en el perfeccionismo, esa creencia de que nunca es suficiente.
Hoy Verónica sabe que esto le puede pasar, y que cuando entra en pánico y piensa: “tengo que rehacer esto”, sabe parar, cuestionar ese pensamiento, ¡y aguantarse de hacer cualquier cambio aunque piense que es de vida o muerte! Esperar al siguiente día para con algo de distancia evaluar si tiene realmente sentido y vale la pena echar por tierra el trabajo hecho hasta ahora, sobre todo si parece que ojos externos han visto su valor y calidad.
Las dos caras del perfeccionismo
Ah, el perfeccionismo.
¿Te ha pasado de pensar que es gracias al perfeccionismo que nos salen bien las cosas? ¿Has intuido que tal vez tenga el efecto contrario algunas veces, es decir, de impedirte avanzar y disfrutar con lo que haces?
El perfeccionismo tiene dos caras: por un lado puede parecer protector, pero por el otro boicotea.
Quiero invitarte a que cuestiones una creencia con la que hemos crecido, más en unos contextos que en otros, pero que tenemos implantada en nuestros inconscientes, que es que el perfeccionismo equivale a excelencia.
¡Y no es así, todo lo contrario!
En el primer video que encuentras abajo te explico los porqués, y en el que vendrá después te propongo unos puntos de partida para que pases a la acción e intentes algo diferentes que te ayude a superar este lastre o que por lo menos no boicotee ese valioso trabajo que está intenta salir a la luz.
Mi ilusión es que seamos conscientes e internalicemos lo común que es el perfeccionismo y el miedo que se deriva de él, y que al mismo tiempo nos convenzamos de que no debería ser lo normal, que hay maneras de gestionarlo.
Abajo te cuento más, y te comparto también el cuestionario de bloqueos de escritura para que puedas ver con más claridad si es el perfeccionismo el que te está impidiendo que avances en tu proyecto.
Y los ejercicios: