Foto de Susan Weber.

Leer por un año y no escribir ni un capítulo de la tesis. Entrevistar a más y más personas, y no analizar la información que ya tenemos. Tener acabado el análisis de la información que hemos recogido, y no comenzar ese artículo.

¿Por qué aplazamos hacer ciertas cosas, sabiendo que las necesitamos para nuestro bienestar? 

Es una pregunta necesaria para algo que pasa muy frecuentemente, pero de lo que solemos saber muy poco. Aclaro: no es que se sepa poco, porque de hecho hay todo un área de investigación interdisciplinar que se dedica a entender los motivos y mecanismos de nuestra tendencia a aplazar o procrastinar. Pero hemos incluido muy poco de esto que se sabe a nuestras vidas. Creo que pasa porque tenemos creencias o explicaciones muy ancladas en nuestra manera de ver el mundo, y requiere un cuestionamiento constante el cambiarlas.  

La explicación más recurrente cuando no cumplimos con nuestros plazos de trabajo o comenzamos demasiado tarde es que hay algo que no va bien en nosotros y que es con fuerza de voluntad que podemos cambiar. Es por nuestra debilidad, pereza, indeterminación, o porque no somos/sabemos lo suficiente.

También nos remitimos de forma genérica a la “falta de motivación”, sin saber muy bien de dónde nos viene, o por dónde se nos va.

Tal vez lo hayas leído en otros lugares, pero lo repito porque reemplazar viejas creencias con nueva información toma su tiempo: la procrastinación no es una cuestión de pereza o falta de voluntad. Es un mecanismo de autoprotección que incluso nos ha servido por muchos años… hasta que ha dejado de hacerlo y llega el momento de tomar cartas en el asunto.

Existe la procrastinación aplicada a acabar algo. No queremos acabar lo que estamos haciendo, porque tenemos miedo a lo que viene justo después. ¿Te suena, así de entrada?

En todo caso, me voy a centrar aquí en la dificultad para comenzar algo, por ejemplo, comenzar la redacción de un manuscrito del cual depende, que te doctores, que consigas la siguiente oportunidad laboral, y que te sientas bien en tu propia piel. 

Mi aproximación se inspira mucho en el trabajo de Piers Steel, un psicólogo que lleva años investigando sobre los orígenes y soluciones a la procrastinación. Según él, y las investigaciones en las que basa su propio trabajo, la procrastinación tiene que ver con 4 elementos:  1) nuestras expectativas con respecto al cumplimiento de nuestros objetivos (las vemos muy fáciles o muy difíciles), 2) el valor que le damos a eso que debemos hacer (realmente nos importa?), 3) nuestra impulsividad (buscamos placer y entretenimiento en el corto plazo), y 4) el tiempo en el que prevemos llegarán las recompensas al trabajo hecho (cuánto se tarda en escribir un libro? una tesis? un artículo?)

Yo le añado a esta enumeración nuestra tendencia a ponérnoslo difícil con expectativas desmedidas sobre lo que somos capaces de hacer en el tiempo que tenemos y sin importar nuestra experiencia previa. Esto está directísimamente relacionado con el otro gran protagonista de todo lo que no hacemos porque nos da miedo a fallar: el perfeccionismo. Si lo pensamos, procrastinar es un mecanismo que usamos para protegernos de las consecuencias de fracasar y de defraudar, lo que supone el cuestionamiento de nuestra valía.

¿Verdad que visto así, tiene todo el sentido del mundo que aplacemos comenzar y/acabar las cosas?

Cada uno/a experimentamos una versión específica de procrastinación según el peso que tenga cada uno de estos elementos de forma particular.

Con el agua al cuello y en modo supervivencia

¿Quién no ha esperado hasta el último minuto para comenzar algo?

Pues probablemente todas las personas que hayan tenido que entregar alguna vez un trabajo en una fecha límite. Es así: es la única manera que hemos aprendido (o autoaprendido espontáneamente) para superar nuestros bloqueos a comenzar el trabajo que tenemos por delante.

Comenzamos a trabajar cuando lo que debemos hacer se vuelve algo urgente y tenemos el agua al cuello. 

Mientras estábamos en el colegio (instituto) o en el grado universitario, incluso el máster, puede que el último minuto nos funcionara. Pero en el caso de proyectos largos, como una tesis de doctorado, un libro, o incluso un artículo científico, el “último minuto” ya no es viable. Puede que te sirva para dejar ir lo que ya comenzaste, pero no para comenzar y acabar una entrega.

El actuar en el último minuto está relacionado con lo que un grupo de investigadoras/es llaman “the mere urgency effect” (tengo una copia para ti si te interesa leer el artículo). Es la tendencia a elegir lo que hacemos por su urgencia, y no por su importancia medida por la magnitud de sus consecuencias en nuestras vidas. Parece que nuestra capacidad de arrancar alguna actividad no basándonos en el valor que tiene sino en el hecho de que sea urgente tiene que ver con que la urgencia supone una carga cognitiva que bloquea las consideraciones sobre si esta actividad es relevante o importante en nuestras vidas.

Bloquear cualquier consideración anexa que impida el tomar decisiones de forma rápida y ejecutiva permite que de repente veamos el camino claro, podamos elegir unos pasos lógico y concretos que nos lleven al objetivo inmediato, y pasar a la acción sin rodeos.

Eso suena útil, ¿verdad? Pues no tanto cuando tenemos proyectos complejos y a mediano o largo plazo, y actuamos movidos por el miedo a no acabar, a no cumplirle a otras personas con las que hemos adquirido un compromiso. Actuamos estresada/os, esto nos corta la capacidad creativa, necesaria en investigación, y nos olvidamos de cumplirnos a nosotros/as mismos/as. ¿Qué es lo importante para nosotras/os?

Este mecanismo tiene que ver con cómo funciona nuestro cerebro, que prefiere las recompensas inmediatas (el sistema límbico) a los beneficios futuros (el córtex prefrontal). En este sentido se puede añadir que el cumplir con una tarea que es para “ya” es una recompensa en sí misma, y como priorizamos las recompensas inmediatas a las futuras, elegimos hacer las cosas urgentes. La impulsividad, o falta de autocontrol para hacer cosas que tendrán recompensas en el futuro hace que elijamos cosas que nos ofrecen placer o entretenimiento instantáneo.

Si no nos damos tiempo para reflexionar nuestras estrategias, vale, acabaremos el trabajo, pero sin tener en cuenta nuestros propios intereses, objetivos. Escribir sin ton ni son sin saber con qué propósito está conectado es una pérdida de tiempo; elegir un proyecto porque es para ya, tampoco es la mejor opción para nuestro bienestar futuro.

Pensemos por un minuto cómo solemos tomar las decisiones sobre lo qué hacer, y veremos que la urgencia nos domina más de lo que imaginábamos.

La urgencia de las tareas es insuficiente. No sólo es peor el resultado que conseguimos comparado con si hubiéramos comenzado antes, si no que además sufrimos cada minuto de todo ese tiempo en el que no actuamos y vamos estredas/os mientras trabajamos. Además, justo cuando comenzábamos a “entrar” en esto que hacemos, hay que dejarlo ir todo. Frustrante por donde se le mire. 

Dos reflexiones iniciales para comenzar el viaje que es gestionar tu procrastinación

Para gestionar la procrastinación, vale la pena tomarse unos momentos para entender lo que te pasa a ti en concreto. 

Aquí te propongo dos pasos iniciales para que comiences esta exploración:

El primero es aceptar que procrastinas. ¿Te comienza a sonar esto a sesión de adictos/as anónimos/as? Aunque parezca raro de entrada, muchas personas pasamos años pensando que el último minuto nos hacía más creativas/os y más productivas/os. Tal vez en la época del instituto la calidad de lo que podías hacer a última hora era suficiente, pero no es el caso en estudios doctorales o postdoctorales, o en niveles profesionales más avanzados. 

El segundo es gestionar tus expectativas sobre el éxito que tendrás con tu trabajo, el esfuerzo que te supondrá, y cuánto tiempo te tomará. Esto está relacionado con la percepción que tenemos sobre nuestras propias capacidades y el recuerdo vago (y claro, subjetivo), de cuánto tiempo nos toman las cosas. Puede ser una expectativa exageradamente optimista o pesimista. Cuando pensamos que algo es muy fácil o muy difícil hace que lo dejemos para después. Lo ideal es encontrar un equilibrio entre las dos. Y que es buena idea aceptar que lo que haremos tardará el doble del tiempo. Suena duro, pero está, te aseguro, más ajustado a la realidad. Y no hay nada peor que frustrar nuestras expectativas iniciales de cuánto esfuerzo ponemos para qué resultado. Tiene que haber un ajuste entre las dos cosas. Aquí hay bastante para reflexionar.

Dos ejercicios para pasar a la acción ya mismo

Te propongo estos dos ejercicios, que puedes hacer en una misma “sesión” de trabajo personal. Me aventuraría a decir que con una hora es más que suficiente. Y claramente, te sugiero que lo pongas todo por escrito. Puede que por lo menos lo vayas reflexionando sea suficiente para comenzar el viaje.

Tienes las preguntas en el video de abajo, que puedes usar como una guía para que hagas el ejercicio. Te sugiero que pongas un temporizador de unos 3 o 4 minutos para responder cada pregunta.

Las preguntas para hacer los dos ejercicios.

Primer ejercicio: entenderte.

1. ¿Qué sueles hacer cuando procrastinas? 

2. ¿Hay alguna necesidad de fondo? ¿Por ejemplo, si vas a Instagram, qué buscas ahí? ¿Conexión? ¿Aprender nuevas cosas? ¿Soñar con un viaje? 

3. Imagina otras maneras de cubrir esas necesidades en otros momentos del día o de la semana. Ponlas en tu calendario, abre el tiempo para hacerlas. Recuerda: las acciones simples son muy poderosas. 

4. Crea un ambiente de trabajo que impida el acceso directo a tus fuentes de procrastinación. Estarás generando lo que las personas que investigan la procrastinación llaman “fricción” (como Wendy Wood, psicóloga), es una de las claves para que no sea tan fácil el acceso a eso que haces para aplazar. Se trata de controlar las tentaciones desde la fuente (y esto es válido para todas las personas, pero sobre todo las más impulsivas). Ten en cuenta que mientras la recompensa por escribir ese capítulo de tu tesis o ese artículo tiene una recompensa fija y sin fecha definida real/objetiva, las cosas con las que te distraes tienen una recompensa variable (no sabes cuándo llegará) y/o inmediata y por eso nos enganchan. Es una de las razones por las que el correo electrónico o las redes sociales nos influyen tanto. Por eso, cosas como apagar internet, no abrir el correo como primera cosa en la mañana, desinstalar aplicaciones del móvil durante una parte del día, tener un escritorio despejado, por ejemplo, pueden funcionar. 

Segundo ejercicio: gestionarte/acompañarte.

1. Piensa en la última vez que tuviste que escribir algo parecido. ¿Qué era, y cuánto tiempo tardaste en hacerlo?

2. ¿Cuáles fueron tus principales obstáculos?

3. ¿Qué se te dio más fácil? ¿En qué sueles ser bueno/a?

4. ¿Hay algo que creas que no se te dará bien? ¿Alguien te lo dijo alguna vez? Vale si esto pasó cuando eras pequeño/a. 

5. Escucha una de mis visualizaciones guiadas aquí. Si quieres saber por qué funcionan las visualizaciones pincha aquí (¡el escepticismo y la curiosidad son las herramientas de las/os investigadores/as!)

 

Espero que esto sea un punto de partida potente para ti, ¡y espero verte en mi próximo taller de Bullet Planning y diseño de objetivos! Más información aquí.