Foto por Meric Tuna
El fin de semana pasado hice un retiro de meditación y silencio, por mi cuenta, en mi piso en Madrid, sin contacto con el mundo exterior. Llevaba ya un par de semanas pensando en hacer este retiro adaptando lo que aprendí en el que hice alguna vez en un centro de Vipassana. Siempre fue difícil conseguir plaza en este centro por la alta demanda. La imposibilidad de ir físicamente me inspiró, o mejor dicho, empujó, a hacerlo por mi cuenta. Buscando en mi correo electrónico los horarios que nos enviaron como guía durante ese retiro, encontré que tenían una aplicación de móvil con las meditaciones guiadas, y un PDF con consejos para hacer un “auto-curso” de duraciones variables.
Escribo esto el lunes de justo después, y todavía no he vuelto a instalar mis aplicaciones de mensajería y redes sociales en el móvil. Siento algo de ansiedad en el estómago por todo lo que salga de ahí, de las notificaciones. ¿Qué habrá pasado en un fin de semana? Hay tal vez algo de emoción también por reconectarme con la gente. Pero lo que siento sobre todo es una gran satisfacción por haber hecho este experimento que me sentó tan bien.
Resumiendo, el viernes me di cuenta que había llegado a mi límite. Me di cuenta de que ya no podía seguir como si nada. Me estaba costando hacer las cosas que normalmente me encantan, estaba arrastrando un cansancio que más que físico tenía raíz en otro lugar. Un cansancio muy raro, un cansancio vital.
Cuando ya no puedes más
Decidí compartir esta experiencia porque un montón de doctorandas y colegas con las que trabajo o me veo seguido están cansadas/os, hartas/os, desgastadas/os, y varias/os en una situación de burnout o cuasi burnout. Yo también estaba al límite de mis energías.
Estamos viviendo las consecuencias mentales, emocionales y físicas de un periodo prolongado de crisis pandémica y medioambiental. La incertidumbre laboral, personal, familiar, y el no poder interactuar tranquilamente me afecta y nos afecta. Y por lo que veo y leo, parece que es un estado bastante generalizado estos días. Incluso, las personas que pensaron que no les afectaba tanto o no a un nivel tan profundo, están viendo que es difícil, si no imposible, escapar las consecuencias de esta crisis.
Este cansancio viene asociado a la sensación de no poder hacer nada al respecto, de impotencia y de estar a la deriva. Esto, junto con el tiempo prolongado que llevamos en una segunda o tercera ola pandémica, lleva implícita una pérdida del optimismo o una duda de si esto acabará alguna vez. Y es como una reacción en cadena.
La fatiga termina incapacitándonos para pensar soluciones o alternativas a lo que no va bien. No es que no las haya, es que no las vemos ni las creemos posibles. Llega un punto en que nos cuesta imaginar otro estado de cosas o conectar con nuestro sentido de la esperanza o nuestra motivación cuando todo se ha vuelto tan plano. Una de las autoras y profesionales que más admiro, Esther Perel, hablaba hace poco de la pérdida de la erotización en la vida cotidiana. No se refería solo a sexo, sino a la pérdida “de la vitalidad, de la curiosidad, de la espontaneidad que nos hace sentir vivos/as (…) estoy hablando de la cualidad de la experiencia y no de las actividades o acciones per se” (traducción propia, se puede acceder al video de su charla aquí).
Como le decía a una colega muy querida hace poco, siento que se va apagando la llamita. Hablo mucho en diminutivos, pero en realidad estoy hablando de la vitalidad profunda y potente que hace que me quiera meter en más proyectos, llegar a más personas, aprender más, querer seguir intentándolo cuando algo no sale como me habría gustado, y seguir queriendo cambiar las cosas con las que estoy en desacuerdo. Este momento nos está exigiendo aguante, perseverancia, y también una buena dosis de rebelión frente a nuestro supuesto destino.
El retiro de meditación, silencio, y desconexión fue mi manera de probar maneras de estar bien o estar mejor, y de no tirar la toalla. Es un impulso vital para avivar la llama.
¿Qué aprendí de esta experiencia?
En tres días, una tarde/noche de preparación –en mi caso el viernes–, dos días meditando, y una mañana de reconexión después del retiro en sí –en mi caso el lunes–, entendí o recordé que:
- Desconectarse de internet en casa no es tan difícil. Incluso yo que estoy bastante enganchada al móvil, y necesitaba una app para oír ciertas instrucciones para las meditaciones, logré no conectarme para nada más. Basta con desinstalar las aplicaciones que suelas usar. En mi caso también guardé el ordenador en un armario a la entrada de mi piso. Esto, claro, no significaría nada sin la determinación inicial de que desconectarme era exactamente lo que necesitaba.
- Recuperar la energía física y mental es esencial para cualquier siguiente paso hacia cualquier dirección. Y entendí también que podemos perder la capacidad de descansar, es decir, intentar descansar e incluso durmiendo las horas que normalmente sientan bien, etc., no poder. El descanso mental que supone la meditación (aunque seas pésimo/a meditando y como yo tengas una mente especialmente ocupada), aumenta la capacidad de pensar. La base de nuestro trabajo es nuestra capacidad cognitiva, de concretar y conceptualizar diferentes formas de conocimiento. Es, en consecuencia, fundamental.
- Se puede recuperar la sensación de que hay tiempo para todas las cosas importantes de manera relativamente fácil, y así mantener a raya esta sensación de que no hay tiempo suficiente para nada.
- La capacidad creativa re-emerge disminuyendo la presión por producir resultados. Con resultados, me refiero incluso a responder mensajes de texto 🙂 Con la creatividad a flor de piel, desenredamos, conectamos, recordamos, reconocemos… Y las ideas comienzan a fluir. Sé que pensar y meditar suena contradictorio. Mi experiencia es que el pensar y el descansar la mente funcionan como una coreografía, pero este es otro tema.
- El optimismo no depende solo de las circunstancias externas. Ya lo sabía, pero me viene bien recordarlo de vez en cuando. Se puede cultivar el sentido de la confianza en que las cosas van a estar bien. Empecé incluso a sentir de nuevo que las cosas son posibles, y que siempre hay salidas, caminos, los mismos que antes, o incluso unos nuevos.
- No pasa nada grave porque desaparezcamos tres días.
- Sentarse con uno/a mismo/a libera. Esto requiere de práctica. Enfrentarte a tus propias emociones, por ejemplo a través de la meditación no es fácil, pero es liberador. Las emociones necesitan circular para que no pesen, y al hacerlas circular se abre la posibilidad de que lleguen unas nuevas, o que llegue una cierta quietud. Con la práctica puedes aprender también a tomar distancia frente a estas emociones, y mirarlas con curiosidad en vez de sentirte sepultada/o debajo de ellas.
- Y finalmente, una cosa contra-intuitiva pero maravillosa: los encierros pueden ser voluntarios y cuando tienen una intención clara, pueden tener un impacto positivo en nuestra percepción de la realidad.
En tres días volví a ver claro por qué hago lo que hago con mi vida y recordé que se puede dejar de retroalimentar la sensación de impotencia. Recordé algo que tenía muy claro al principio de esta pandemia: nuestro presente y nuestro futuro son lo que permitamos que sean. Y el futuro que vale la pena es el futuro construido en colectivo. Yo sigo muy convencida de lo que está en la base de Mind Academia y me gusta ver el cambio que ya está facilitando en las personas con las que he tenido la suerte de trabajar. Y pienso seguir.
¿Qué necesitas para hacer tu propio retiro?
Descansar de la saturación a través de un retiro de meditación y silencio de 3 días en total no solo es posible, sino que encima no es tan complicado.
Implica:
- Tener un espacio donde no tengas que interactuar con nadie, y un espacio concreto para meditar. A mí me funciona bien tener un cojín de meditación, un mat o alfombrilla para marcar el espacio, y mantas para el frío. Si tienes hijos u otras responsabilidades es probable que pienses que este lujo no te lo puedes permitir. Te invito, de momento, a que cuestiones esto. Hay cosas que sola no podrías hacer, de acuerdo. ¿Y si pides colaboración de tu red familiar o de amistades?
- Avisar a la gente que no estarás disponible por esos días —yo dejé el teléfono encendido para emergencias—,
- Desconectarte de internet (ver arriba),
- Es recomendable tener un horario marcado, para no tener que tomar decisiones sobre la marcha y poder enfocarte solo en meditar y descansar.
- Hacer previsiones de comprar de lo que necesites para preparar tu comida o que te la lleven.
- Practicar la meditación (no hay que “saber” meditar, solo intentarlo).
Dicho esto, el estar bien no es cuestión de un fin de semana y ya está. Cuidar la salud física y mental es una práctica de todos los días, y lo es más aún en estos tiempos.
Aprovecho para lanzar una advertencia y es que la meditación puede ser una experiencia especialmente fuerte, y animo a las personas con dificultades emocionales o psicológicas a que pidan apoyo o consejo a profesionales de la salud mental.
¿Y un retiro de meditación, lectura y escritura?
Si sientes que dos días en silencio y meditando 10 horas al día es muy exigente porque es tu primera experiencia o hace tiempo que no practicas, te adelanto que estoy diseñando y probando un retiro que combinará meditación, lectura y escritura, y se hará en dos sábados (enteros) seguidos. Será online. No serán tantas horas de meditación porque equilibraremos con los momentos de escritura y lectura, y sí que habrá interacción entre las personas que participen.
Si te interesa estar en este retiro guiado y online, te animo a que te mantengas al tanto apuntándote a mi newsletter abajo del todo. Ahí iré avisando las fechas y el contenido.