Con este post inaugural quiero desarrollar un poco más las razones que me llevaron a crear Mind Academia. Unas tienen que ver con el inconformismo por un sistema universitario que no funciona como podría o debería. Otras tienen que ver con teorías del aprendizaje, y en especial la teoría de la práctica deliberada de Anders Ericsson, Ralf Krampe, y Clemens Tesch-Romer, que vienen a cuestionar la idea que hemos oído desde pequeñas/os de que hay gente que nace siendo buena para unas cosas y para otras no, y las que no tienen esas habilidades supuestamente de forma innata, nunca las tendrán. Todas/os comenzamos desde distintos puntos, y las personas que han recibido apoyo específico desde pequeñas/os sin duda tienen ventaja. Pero si no es tu caso, quiero que te abras a la idea de que tú también puedes adquirir, con práctica y orientación, las habilidades que este reto que te has puesto –una tesis, un artículo, un libro, un proyecto artístico– requieren.

La universidad y sus estructuras de apoyo

En la universidad las/los estudiantes – y sus profesionales de la investigación – , son en la mayoría de los casos los responsables de su propio proceso de trabajo.

Por un lado, la universidad es una institución burocrática que suele centrarse más en los productos del trabajo que en el proceso en sí mismo. Inscripciones de notas, de trabajos de fin de máster, y tesis doctorales, la organización de sus respectivas defensas ante un jurado. Sin desconocer el gran trabajo que esto supone, el principal recurso de apoyo continuado para la persona que hace un doctorado es su director o directora de tesis, y tal vez algún seminario en el cual compartir los avances de investigación con una comunidad más amplia –muchas veces una sola vez a lo largo de uno o varios años-.

Esta orientación hacia el producto final es coherente con el hecho de que es una institución tradicionalmente elitista, que a pesar de gestionar números crecientes de doctores y doctoras, parece guiarse por la premisa de que la persona que no llegó ya con ciertas habilidades como la lectura, la escritura, y la deliberación, simplemente no estará a la altura de una tesis de doctorado o de máster. Las/los doctorandas/os, que sólo en casos privilegiados han recibido alguna orientación sobre cómo escribir textos largos o personales, suelen cargar con este “defecto” como un estigma que intentan esconder a toda costa para que no se note. El clásico síndrome del/la impostor/a. 

Por Franck McKenna

Aprendiendo lo que necesitamos

Pero la realidad es que todas las habilidades se aprenden, incluso esas para las que pensamos que somos “naturalmente” malas/malos. Los estudios al respecto indican que no es suficiente con las horas de práctica. Por muchas horas que pases escribiendo, sin la guía de alguien que te muestre en qué lo estás haciendo bien y en qué estás fallando, o sin una orientación clara que te permita auto-asesorar el avance que vas haciendo, es muy poco probable que avances al ritmo que necesitas y vayas más allá de tus capacidades actuales.

Aprender a leer, escribir, y deliberar –por nombrar sólo algunas herramientas básicas de una tesis de máster, doctorado, o un proyecto profesional– , se parece mucho a un deporte de élite para el cual necesitamos entrenarnos todos los días, y si es con una entrenadora o métodos para registrar nuestro progreso, mejor.

Por Lysander Yuei

Las/los directores/as de tesis o trabajos de fin de máster suelen dar algunas orientaciones iniciales, esperando recibir textos acabados y editables. Pero no es común que se impliquen en el proceso de trabajo. Primero, porque acompañar un proceso de investigación y de escritura requiere conocimiento y aunque con las mejores intenciones, las personas que dirigen tesis no cuentan con este conocimiento, que no viene de forma “natural”. Como dicen Barbara Kamler y Pat Thompson, este tipo de apoyo es un área específico de investigación y de pedagogía. Hay que aprenderlo y entrenarlo. Segundo, acompañar los procesos de investigación exige un tiempo de dedicación que es con frecuencia imposible de sacar entre las – crecientes – exigencias que la universidad impone a su equipo docente e investigador, incluso vía presiones externas a la universidad. Hay excepciones, claro, y suelen deberse por lo general a un interés personal por estos procesos de acompañamiento y de aprendizaje, o porque la universidad o Escuela de Doctorado en cuestión se responsabilizan.

Hacer una tesis de doctorado o maestría, un libro, artículo, o proyectos de este tipo, debería ser un proceso más democrático, y más transparente. No debería ser el ámbito de unas/os pocas/os, las/os elegidas/os. No estoy diciendo que debamos tener más personas enrolándose en másteres y doctorados, o más gente escribiendo libros o artículos, sin más. Además de accesibilidad a lo necesario para llegar hasta el fin de un reto así, deberíamos aspirar a, como mínimo, tener más claridad de por qué hacerlo (¿qué sentido tiene?), ya sea a nivel personal o como paso estratégico clave para nuestros futuros profesionales – en la Academia, o en cualquier otro ámbito – , y que el proceso mismo de realizar ese proyecto contribuya de forma más clara al bienestar y sostenibilidad de todas las partes implicadas.


Pedir ayuda en situaciones difíciles no es la confesión de una debilidad, si no la prueba de que se tienen recursos para superar obstáculos. Todas/os debemos enfrentar obstáculos cuando nos metemos en proyectos que nos empujan más allá de nuestras habilidades actuales. La gran diferencia la hace el tener la capacidad de pedir ayuda a tiempo o no.